miércoles, 1 de agosto de 2012

Consecuencias

Algunas noticias deberían haber aparecido en el periódico mucho antes de que conociésemos alguna consecuencia o derivación negativa. Esta de la que voy a hablar hoy es una de ellas. Sin embargo, entre desastres naturales, artificiales, económicos, y sobre todo, políticos, lleva un año pasando desapercibida. Me refiero al desarrollo de physibles o de objetos creados en impresoras tridimensionales.
Una impresora de las que utilizamos habitualmente transforma información en forma de bits a letras, o imagen, en un papel. Solo se necesita la máquina y un cartucho de tinta. Una impresora tridimensional transforma información en forma de bits de los planos de un objeto y literalmente “imprime”, o prodríamos decir, fabrica, el objeto en sí. Solo necesitamos la máquina y el material del cual está hecho el objeto. Sí, como suena. Teniendo la máquina, el material y los planos podríamos “imprimir” en nuestra casa el objeto que quisiéramos. Estas máquinas están algo más que en fase de desarrollo. Se están utlizando ya, aunque parezca ciencia-ficción. El artículo de hoy en ABC sobre un norteamericano que ha “imprimido” su propia arma de fuego lo demuestra.  Esta es la consecuencia negativa. La que ha sido noticia.
Lo que me gustaría es dedicar algunas líneas a imaginar hasta dónde podemos llegar. Huelga decir el cambio de paradigma en los procesos de producción que la generalización de estas máquinas traerá consigo. El problema de la piratería y el intercambio de archivos musicales será un juego de niños comparado con esto. Imaginad: Comprando los materiales adecuados, podremos imprimir cuantas veces queramos en nuestra propia casa zapatillas de deporte, bolsos, piezas de repuesto de vehículos, teléfonos móviles, etc... Incluso podremos modificar los materiales y probar nuestras propias combinaciones. Todo un mundo por descubrir para creadores y artistas. Será un mazazo enorme para la cantidad de puestos de trabajo que se dedican a la manufactura. Cada vez hay menos trabajo para la mano de obra no cualificada, pero en pocos años es probable que no haya casi nada. Hace unos meses fui al cine, después de mucho tiempo sin ir, y me llamó la atención que ya no hay personas sirviendo palomitas (por lo menos en los cines a los que fui), directamente se obtenían de una máquina. El perfeccionamiento de las impresoras 3D hará innecesarios muchos puestos en la fabricación industrial, una nueva disrrupción de la tecnología en la empleabilidad que los docentes habríamos de transmitir a nuestros alumnos.
Por otra parte, las ventajas para el usuario son enormes, y se abren nuevas puertas para la investigación matemática e informática en la rama de encriptación de códigos, ya que una de las preocupaciones de las grandes multinacionales será proteger los planos de sus creaciones y que los objetos solo puedan ser "imprimidos" cuando se pague por ello. Probablemente no se evitará la piratería, pero los intentos serán muy valorados. También las Ciencias Sociales, el marketing y el análisis de datos sufrirán una revolución desde el momento en que cada descarga de plano de objeto quede registrada en Internet y en la web de compras de cada corporación. El seguimiento al cliente será absolutamente personalizado.
Todavía queda un largo camino hasta que las máquinas de impresión 3D estén completamente perfeccionadas, sin embargo, no debemos perderlas de vista. Cambiarán el mundo y el tejido de las relaciones profesionales. Veremos cómo evolucionan.


martes, 12 de julio de 2011

Memoria

Querría mejorar mi media de actualización, pasar de más de un post al mes, pero actualmente lo veo difícil. Imposible casi. Hay tanto sobre lo que me gustaría escribir...
He tenido que decidir entre varios asuntos que me han estado rondado estas últimas semanas y me quedo, creo, con el más romántico y escapista en este martes de después de un lunes negro, como decían los analistas económicos ayer.
Se trata de una reflexión sobre cómo visualizamos cada época, sobre qué imagen nos viene a la memoria cuando pensamos en un siglo, en una etapa histórica o en una década.
¿Qué imagen tenemos del siglo XII? ¿Y del XIII? Muy parecida, supongo. Sin embargo, eso cambia a medida que nos acercamos a la época en la que vivimos. ¿Qué imagen tenemos de los años sesenta? ¿Y de los ochenta? ¿Cómo hemos elaborado esa imagen?
Todo vino a partir de la lectura del último libro de Manuel Vicent sobre Jesús Aguirre. No me ha gustado, nunca me ha gustado este escritor, pero era el único libro a mi alcance hace dos semanas si sirve para mi descargo. Lo cierto es que no habla demasiado sobre Jesús Aguirre, ni lo pretende. Más bien, traza una ruta a través de las propias vivencias del autor durante la década de los setenta y los ochenta en las que, en contadas ocasiones, supuestamente se cruza con el personaje en cuestión.
Yo nací en los años setenta, por lo que mis recuerdos son pocos y se nutren de las fotografías de mis padres, de sus anécdotas y de las de otros familiares, de programas de televisión que recuerdan los de entonces, de aquellos vídeos sobre la Transición, exposiciones fotográficas y algunos libros que, con desigual fortuna, se desarrollan en aquella época. Y la verdad es que muy poco de lo que cuenta Vicent en el libro me retrotrae a la imagen que tengo de aquella década y no me identifico con lo que retrata de las siguientes, en las que era plenamente consciente de la realidad que me rodeaba. Tengo la sospecha de que el libro entero es un ejercicio de ironía y cinismo, por lo que no me detengo mucho a comentarlo.
Sí, en cambio, me ha servido para revisar uno de mis artículos periodísticos favoritos, el que publicó el crítico de cine Marcos Ordóñez en el periódico El País el 2 de octubre de 2006 y que recoge Manuel Huerga en su blog. El artículo se publicó tras el estreno de la película “Salvador” en la que se trata el proceso contra el anarquista Salvador Puig Antich en 1974.
En el texto de Marcos Ordóñez se narra más bien la historia del policía por cuyo asesinato se juzgó a Puig Antich. ¿Qué puede haber de glorioso en semejante tragedia? Pues la narración en sí. La historia vivida por el articulista que conoció a los dos personajes, que fue marcado por ambos y que es capaz de resumir, plasmar y hacer que nos sumerjamos de lleno en la tensión, la novedad, la frescura de los jóvenes, la prudencia de los mayores y el omnipresente anhelo de libertad de aquella década en España
Veo a Salvador llegando a la fiesta y haciendo a todos pequeños a su alrededor. Veo a Anguas saliendo del cine con el libro sobre Buñuel bajo el brazo. Y les veo a los dos arrollados por la intensidad y el horror de los acontecimientos. La inteligencia fracasada, como diría José Antonio Marina. La belleza fracasada. Y el sol salió al día siguiente a pesar de todo.
Este es el artículo. Para los que no lo conozcáis espero que os resulte importante, como tanto lo fue para mí, su lectura.


jueves, 2 de junio de 2011

Civilización

La investigación espacial no parece avanzar de un tiempo a esta parte. Desde que se llegó a la Luna en los años sesenta del siglo XX las noticias y efemérides sobre la conquista del espacio no ocupan más de un minuto en los telediarios. La realidad es que sí avanza y mucho: Desde el posicionamiento ( y ahora mantenimiento, que no es poco) de la Estación Espacial Internacional, el envío y posterior reparación del telescopio espacial Hubble hasta la llegada de las sondas Cassini y Huygens a las lunas de Júpiter y del detector de rayos cósmicos que se instaló el mes pasado con la colaboración de científicos españoles y norteamericanos. Sin embargo, da la sensación de que se sigue esperando un hito, una vuelta a la Luna o el envío de la misión tripulada a Marte para volver al candelero. La realidad es que los problemas de financiación, de generación de energía y las múltiples amenazas a las que se enfrentarían los seres humanos que lo intentasen hacen que todavía esté lejos de nuestras miras.
Pensando sobre estos asuntos, estuve releyendo y recordando la escala de clasificación de las civilizaciones que propuso en 1964 el científico ruso Nikolai Kardashev. Las divide en tres tipos, según la cantidad que energía que son capaces de utilizar y dominar de forma eficiente. Una civilización de tipo I es aquella que es capaz de aprovechar todos los recursos del planeta que habita, esto incluye dominar el clima y ser capaces de extraer energía de forma controlada de fenómenos como los huracanes o construir ciudades en los océanos. Una civilización de tipo II es la que consigue explotar los recursos energéticos de una estrella cercana. La de tipo III es la que consigue dominar una porción significativa de estrellas de una galaxia. Entre la energía que domina cada una de ellas hay una diferencia de unos diez mil millones de unidades, por lo que la transición no es sencilla.
Se ha planteado la posibilidad de que exista una civilización de tipo IV, que consiga extraer energía del continuo y quiero destacar que fue un chico de trece años el primero que lo sugirió, un alumno que asistía a una conferencia. Es la magia de la divulgación.
Supongo que a ninguno se nos escapa que nosotros aún no estamos ni en el tipo I, de hecho los cálculos sugieren que somos una civilización de tipo 0,7. Lo llamativo es que es probable que lleguemos al tipo I en unos cien o doscientos años. Si pensamos que los que hemos nacido en España a finales del siglo XX tenemos una esperanza de vida casi centenaria, es posible que seamos la generación llamada a vivir esta transición. El problema es que el paso del tipo 0 al tipo I es el más complicado ya que tendremos que vencernos a nosotros mismos: A posibles fundamentalismos y guerras, a odios históricos y atávicos, a un posible colapso nuclear o terrorista y, como no, a las crisis económicas, alimentarias y energéticas que se anticipan para este siglo.
A mi juicio esto será posible solo si los que pueden ser responsables realmente lo son, desde el ámbito en el que se encuentren, con mayor o menor poder. Es posible que no nos suene bien lo de explotar todos los recursos de un planeta, sin embargo no me refiero a la explotación y consumo, sino también a su regeneración. Y podemos comprobar que el avance es imparable.
En el siglo XX  la tensión creada a ambos lados del telón de acero supuso un impulso para la investigación aeroespacial. Para mí, lo más importante es que, estemos en la posición que estemos, seamos capaces de conseguir un progreso y una transición que no dependa del conflicto, por nuestro propio bien, en un mundo cada vez más globalizado y conectado.

sábado, 7 de mayo de 2011

Sobre productividad

 Desde hace algunos años se elaboran rankings de productividad y competitividad de países y empresas. Siempre me ha costado un poco comprender este concepto y el lugar que ocupa España, siempre tan bajo en la escala cuando paradójicamente estamos entre los europeos que más tiempo pasan en su puesto de trabajo.
También, desde hace un par de años me he propuesto añadir algunas innovaciones a la metodología que utilizo en el día a día del aula, así que sin empeñar tiempo concreto en ello, estoy especialmente atenta y alerta a todo aquello que pueda aportar. Quería completar lo que me gusta, funciona y creo que gusta al resto, formas de enseñar que ya no se utilizan tanto, pero que eran eficaces para ciertos contenidos, y unirlo todo con las novedades en e-learning. Supongo que como tantos docentes hoy en día.
Y pensando en todo ello me he topado con la noción de productividad. Desde luego, parece un parámetro importante, por lo que de un tiempo a esta parte he empezado a cuestionarme si como docente soy productiva y qué papel juega la productividad en la enseñanza, en la metodología que utilizamos y en los procesos de evaluación.
Las matemáticas parecen una actividad productiva. Se resuelven problemas con las técnicas que se han aprendido y se fomenta el uso de otras nuevas que el propio alumno elabora a partir de los contenidos. Generalmente esta actividad se plasma en el cuaderno, que suele tenerse en cuenta como elemento a evaluar. También se produce en el examen. De acuerdo.
El problema para mí es que al final de todo, lo que producimos en realidad es una nota en un boletín. Y punto. Y la pregunta es: ¿es suficiente?
Desde hace un par de cursos empieza a no serlo para mí. Los profesores de infantil y primaria tienen muy interiorizada la importancia de la productividad. Basta con dar un paseo con cualquier colegio, observamos decenas de murales, dibujos, poemas, etc.  La emergencia de nociones como la educación emocional y las investigaciones de psicólogos y educadores han dado su fruto en una forma de educar a través del trabajo y de la elaboración física y mental, que da lugar a imaginar y a mostrar lo que se ha aprendido.
En algunas materias de secundaria tenemos una gran tarea pendiente. No se trata solo de decorar el centro, a veces se hacen exposiciones estupendas. Se trata también de enseñar cómo conseguimos aprender, qué hemos sido capaces de hacer este año con las nuevas herramientas que nos han proporcionado. Qué hemos hecho distinto del año anterior. Cómo hemos avanzado.
Las nuevas tecnologías y los entornos de aprendizaje virtual pueden ayudarnos en ello, blogs y wikis. Lo que me planteo es cómo mostrar al propio alumno y a las familias lo que hemos producido en el aula. Y pienso contar con ellos, preguntarles qué se les ocurre, añadirlo a lo que se me ocurra. Demostrando a la administración que una clasificación basada en una calificación no es capaz de decir tanto.
Me planteo un esfuerzo de construcción y comunicación, con más o menos medios, pero mostrando qué hacemos en el aula y sintiéndonos orgullosos de ello.
A partir de septiembre más.

domingo, 3 de abril de 2011

En lo que haces hoy yace el futuro (o el negocio)

Comienzo esta entrada con una pregunta: ¿Has pensado alguna vez en viajar al futuro? Cuando la incertidumbre nos atenaza, cuando imaginamos posibilidades para nosotros o para los que tenemos cerca, cuando compramos nuestro billete de lotería de Navidad, etc., nuestro cerebro en mayor o menor medida se anticipa, visualiza una cierta situación. Unas veces la alimenta y otras veces la desecha, dependiendo del signo más o menos positivo de lo que imaginamos, de si estamos especialmente soñadores o de nuestro estado de ánimo. Las leyes físicas permiten este viaje. Solo hace falta ir muy rápido, a una velocidad cercana a la de la luz, lo cual es mucho decir. Otro problema de este viaje sería la vuelta.
Los escritores de ciencia-ficción realizan ese ejercicio continuamente. Julio Verne o HG. Wells predijeron en sus novelas del siglo XIX avances tecnológicos que no se han desarrollado hasta decenas de años después. Incluso hay quien dice que el primero fue capaz de predecir una red mundial tipo Internet en una de sus novelas. Quizá lo mismo se podría decir de William Gibson o Isaac Asimov.
Pero la realidad es que Internet como tal ha resultado ser un fenómeno casi imprevisible. Y digo casi, porque si nos hubiéramos fijado bien es posible que sí hubiéramos tenido un atisbo. Que sí se nos hubiese pasado por la imaginación algo así. ¿Recuerdas, por ejemplo, el Partyline? Piensa ahora en el chat. No hay tantas diferencias. Y he aquí lo que quería señalar:  Cada vez que utilizamos una herramienta con un fin distinto del original podemos estar dando un salto a lo que en el futuro será la tendencia, la oportunidad o el nuevo negocio.
En mi caso, desde hace unos años guardo archivos que me envío a mí misma en el correo electrónico. Unas veces lo hago por seguridad, otras por tener a mi disposición trabajos que abro en distintos equipos. Doy por hecho que todos lo hacemos, así que imaginar un servidor virtual que nos libre del mantenimiento y la dependencia de un disco duro personal nos puede haber surgido a cualquiera. Esta idea lleva explorándose unos años y ha eclosionado en lo que se llama “cloud computing” o “computación en nube”, actualmente en desarrollo, pero previsiblemente el futuro de las dinámicas de trabajo y un negocio en alza.
Lo que planteo es hacer un cuidadoso ejercicio de observación. Se trata de sorprenderse en la calle, en casa o en el trabajo realizando uno de estos actos cotidianos en los que no seguimos las reglas o los caminos marcados a priori. Caer en la cuenta de que estamos creando un camino nuevo. Si no tenemos los recursos para convertirlo en una nueva forma de trabajo, en una nueva idea, o por qué no, en un nuevo negocio, por lo menos podremos echar un vistazo al futuro.

jueves, 24 de marzo de 2011

Descomunicación

Me surge una reflexión a tenor de algunos mensajes que he recibido últimamente: Como sabemos, es relativamente sencillo mantener cierto grado de contacto con otras personas y controlarlo con los medios que tenemos a nuestro alcance actualmente. Sin embargo, observo en la muestra de familia, amigos y conocidos en la que me muevo que cada uno elige una forma de comunicación diferente y no siempre compatible con la mía o con la del resto. Hay amigos cuya forma de comunicarse es jugar a los juegos que propone Facebook. Gran parte del éxito de Facebook provino de la inclusión de estos juegos, con la premisa de que a veces las personas nos reunimos no para charlar sobre nada trascendente sino para tomar algo o escuchar música, sin nada más que contar ni más preocupación. Yo no suelo jugar a estos juegos, por lo que no contestar a preguntas sobre un amigo o no responder a las invitaciones puede ser tomado como una falta de cortesía. Incluso podría ser causa de enfado, me figuro, en algún caso.
Otras personas colocan enlaces y fotos personales. Si conozco a la persona suelo comentar, aunque ella no me conteste directamente o ni siquiera le importe mucho mi opinión. Me preocupa un poco cuando me salen fotos de personas a las que no conozco de nada. Amigos de mis amigos, generalmente. Nunca me queda claro si son sus opciones de privacidad o las mías las que son tan laxas.
También están los amigos (con la palabra “amigos” nombro a todos los contactos) con los que ya no hablo por teléfono, puesto que estamos en permanente contacto a través de las redes sociales. La gran ventaja es que en esta etapa de mi vida es difícil encontrarme en persona con algunos de ellos, así que la red nos mantiene cerca. Sin embargo, ¿es suficiente? Quizá lo lógico con algunos sería mantener una relación telefónica en la que la inmediatez, el tono de la voz, etc., mantuviera la relación más cálida y viva. Diferenciarles, respecto a otros que me consta que se sienten cómodos con la conversación y el refresco virtual.
Otros, que no manejan Internet, me envían sms al móvil, con el esfuerzo que en mi opinión conlleva teclear en pequeñas pantallas y con pequeñas teclas.
Existe la opción del chat. Como manejo el ordenador desde muy joven no me considero inmigrante digital. Sin embargo, tampoco por edad sería una nativa digital de libro. El chat para mí es la frontera. El medio que menos manejo y en el que más me cuesta expresarme. Un avance enorme y una maravillosa sorpresa cuando coincido con personas de las que me separan diez horas de avión y con las que puedo departir mientras ceno, a la vez que ellos se preparan para salir a tomar un aperitivo matutino. Pero es difícil coincidir, y en la conversación en diferido se pierde mucha frescura. Generalmente se acaba convirtiendo en un Facebook privado que ya no aporta tanto.
Todo esto me lleva al vocablo-palabro del título: des-comunicación. No estamos incomunicados, para nada, pero ¿qué ocurre cuando cada uno elige solo un canal para comunicarse y no le retroalimentas? Pues que la comunicación se disocia: Me gusta tu enlace. Me halaga que respondas preguntas sobre mí. Vi lo que me pusiste en el chat. Sé que me has llamado al móvil o que me has puesto un sms larguísimo. Pero puede que no te des por aludido con mi respuesta o puede no conformarte del todo.
Creo que la opción para mantener el contacto es diversificar la comunicación en cada medio y con cada persona, pero el nivel de exigencia es alto y no todo el mundo es capaz de manejar todos los canales con la fluidez que le gustaría. Un nuevo reto para los que hemos entrado en el siglo XXI con una cierta edad.


lunes, 14 de marzo de 2011

Primera entrada

Llevo un año leyendo sobre todo ensayo. Creía haber llegado a un punto álgido con el último libro de Paul Davies que me trajeron de EEUU y pensaba escribir sobre él, pero no he podido evitar despistarme con "Todo va a cambiar" de Enrique Dans. Una joya, una reflexión sobre nuestro día a día